Uno de los ejes de los programas de matemáticas del país (aprobados en el 2012) es el uso intenso y apropiado de tecnologías, para buscar responder a un escenario que las ha colocado como un componente central de los procesos de la vida moderna. Sin duda, en estos años donde comienza la era de la Inteligencia Artificial será muchísimo más importante su influencia en todos los ámbitos de la sociedad. Y a pesar de las debilidades básicas en acceso a Internet que podamos tener en nuestro país, no se debe perder la perspectiva más general.
Aquellas localidades educativas del país que hoy poseen debilidades en conectividad o en disponibilidad de equipos verán cambiar esta situación en pocos años. Nuestro sistema educativo debe prepararse para ello desde ahora, usando las grandes ventajas de las tecnologías para la actividad en las aulas, ofreciendo oportunidades a los estudiantes para continuar virtualmente las actividades presenciales y, al mismo tiempo, fortaleciendo la preparación de docentes mediante las tecnologías de la comunicación. Durante la pandemia se avanzó en esto. Pero falta mucho más. Es necesario, sin embargo, que exista una orientación adecuada para su uso.
No todo uso tecnológico es pertinente y más bien algunos pueden entorpecer o distorsionar el desarrollo de competencias educativas, como antes, por ejemplo, cuando se abusaba (y todavía se hace) de la calculadora para realizar operaciones que se pueden hacer mentalmente. Los resultados que arrojan respuestas de chatGPT u otras IA, siempre van a poseer un componente de error y de distorsión. Por eso asumir su valor, implica también prepararse para sus debilidades inevitables. Y nos vuelve a una discusión que ya es vieja: las tecnologías son un medio, no un fin. Tienen que servir para “algo”, y en la educación es para generar aprendizajes.
El currículo de matemáticas posee conocimientos y habilidades asociadas a usos tecnológicos, desde el primer grado de la escuela al último de secundaria. La estrategia asumida siempre fue que el uso de tecnologías permita la construcción directa de aprendizajes relacionados con los programas. Y esto debería influir los programas de formación docente en enseñanza de las matemáticas en nuestras universidades. La mayoría incluye usos de tecnologías. Eso está bien. Pero no siempre suelen incluir conexiones estrechas con el currículo. Lo mismo sucede con muchos de los diversos eventos académicos que se organizan: sesiones para aprender pinceladas de un software o talleres de un uso tecnológico que nunca será usado realmente en las aulas escolares para la construcción de aprendizajes. La inteligencia artificial y sus nuevas perspectivas obligan ya a una nueva visión de los programas de formación docente y de sus actividades.
El nuevo escenario empuja a preparar para todas las asignaturas y disciplinas en el significado y uso de la tecnología pero, también, en sus debilidades e incluso amenazas. Hay dimensiones técnicas sin duda pero también de oportunidad histórica (hay que aprovechar muy bien las nuevas tecnologías donde sea posible) e incluso de ética. Este es nuestro contexto más amplio.
Lo que queremos subrayar aquí en cuanto a la enseñanza de las matemáticas, es la importancia de seguir construyendo medios (tecnológicos o no) para potenciar los aprendizajes y en particular avanzando en la implementación de un currículo nacional que se creó pensando en el largo plazo, con una mirada estratégica.
Me parece muy acertada la reflexión sobre el uso de la tecnología, cada docente debe valorar qué aporta un recurso tecnológico al proceso de enseñanza y aprendizaje. Cuestionar cómo este favorecerá el desarrollo de las habilidades y creará oportunidades para razonar, argumentar y establecer conexiones con el contexto, entre otras capacidades.